Este verano Víctor y una servidora nos fuimos de escapada a la Garrotxa. Hacía ya un par de veranos que me rondaba la cabeza el volver a esta zona y pasar unos días disfrutando de lugares impresionantemente bellos. De hecho es uno de los propósitos que me he marcado: hacer pequeñas excursiones o escapadas de este tipo que son una fuente de inspiración tremenda, me llenan de energía y en las cuales nos sentimos realmente conectados a la vida.
Pasamos dos días allí. Nuestra ruta empezó por Rupit, un pueblecito al cual se accede por un único punto tras 20 minutos de carreteras rodeando la montaña. Desde la plaza del pueblo, partimos hacia el Salt del Sallent. Al llegar me quedé sin palabras. Decidimos comer allí mismo casi sin mediar palabra, solo contemplando el paisaje y el cantineo del agua sin pensar realmente que dos metros más adelante caía en picado el imponente barranco.
De vuelta, visitamos el pueblo con más calma charlando con el camarero del bar de la plaza, con la carnicera súper entrañable mientras nos hacíamos con embutido casero… porque eso sí, a primera hora cuando llegamos estaba abarrotado de turistas rusos. Ya era tarde cuando salíamos de Rupit hacia donde decidimos pasar la noche: una casa rural entre las montañas muy cerca de Sadernes y ubicada justo al lado de una ermita preciosa.
A la mañana siguiente nos despertamos temprano, teníamos previsto subir a Sant Aniol. Tenía muchas ganas de bañarnos en las diferentes pozas y saltos de agua que fuimos encontrando a medida que subíamos. A cual más espectacular. El agua era la más fría en la que jamás me he bañado, los deditos del pie se te helaban a una velocidad impresionante, pero la sensación fue increíble!
Como todo lo bueno esta escapada acabó. Fue sin duda alguna, uno de los mejores momentos que hemos vivido juntos. Ahora tengo ganas de volver a la montaña, a la Fageda d’en Jordà y respirar su aire húmedo, buscar setas, tropezar, fotografiar y emocionarnos juntos con las pequeñas sorpresas que encontraremos en el camino.